Era una tarde aburrida, decidí recostarme a la sombra
de un sauce añoso. Hacía calor y no tenía nada que hacer, digamos que ser el
lobo feroz no implica mucho trabajo, solo verse intimidante y punto.
Tenía mi mazo de cartas en la mano por si pasaba algún
animalito tonto para reírme un momento de su torpeza. Me puse a pensar en
Caperucita Roja, la niña que robaba mis suspiros cuando salía a cortar flores
por las tardes. Era una joven adorable cuando caminaba, solo quisiera que no me
tuviese tanto miedo, no soy tan feroz como todos piensan, me asusto fácilmente
y hasta soy vegetariano. Esa misma tarde la vi pasar, el corazón se me detuvo
unos instantes y solo pensé en cómo llamar su atención, vi el mazo de cartas
que tenía aun en mis manos y se me encendió la lamparita. Fui corriendo hasta
ella y le dije si quería jugar a algo. Me respondió que sí, asustada y todo,
tan buena ella. Jugamos a las cartas un buen rato. Luego me dijo que se hacía
tarde para ir a casa de su abuela, yo no quería que se vaya, así que
rápidamente invente algo. Le pregunte si le gustaría que hiciéramos una
carrera, que yo iría por el camino más largo y ella por el más corto y que el
perdedor tendría que regalarle algo al otro, engañándola. Ella acepto, desde
luego. Corrí con todas mis fuerzas hasta llegar a casa de su abuela, para así poder impresionarla.
Mi mala fuerte fue tal que al llegar a casa de su
abuela, abrí muy fuerte la puerta, la golpee y ella cayo desmayada. La reacción
al despertarse y ver un lobo feroz en su casa no sería la mejor, así que con
cuidado la encerré en el ropero, me puse sus anteojos, su gorro y me recosté en
su cama. Justo ahí llego Caperucita, se acercó a mí y me miro con cuidado,
luego me dijo:
⁻ ¡Abuelita que ojos tan grandes tienes!
⁻Son para verte mejor⁻ le dije tratando de afinar mi
voz.
⁻Abuelita que orejas tan grandes tienes⁻ insistió ella.
⁻Son para escucharte mejor mi ángel.
⁻Abuela que dientes tan grandes tienes.
⁻Son para comerte mejor ⁻ dije ya sin ideas sobre que
decir.
⁻ ¿Qué cosas dices abuela?
Entonces la vieja, que ya estaba despertando salió del
armario y me acuso de lo que le había hecho. Me sacaron los anteojos, las ropas
de la abuela y Caperucita dijo que nunca más volvería a hablarme, eso me rompió
el corazón. Y así volví a mi sauce me acosté y tome una siesta.
Pero la abuela aun no conforme con esto, mando al
guardabosques para decirme que me vaya, y eso hice. Me fui para ya no causar
más problemas.
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