El amor es algo que te
consume, o estas muy feliz o estas muy triste, en este caso la tristeza arraigaba
todas mis capacidades eclipsándolo todo. Sentía que todo pensamiento me llevaba
a él y todo aquello que había pasado.
Camine senderos
invisibles cada vez que él me miraba, el mundo no parecía un lugar oscuro y
sombrío como siempre lo había visto, lo raro de los arcoíris es que llegan
luego de una tormenta, pero a su vez no son eternos, los bellos colores surcan
el cielo con la intención de hacernos creer que todo está bien y que va a ser
así al menos por un tiempo. Pero todos sabemos que la felicidad es una de las
metáforas más engañosas que la vida nos presenta en el camino.
No sé en qué momento pasó
todo, recuerdo cada segundo a su lado, sólo no logro distinguir el momento
exacto en que mi arcoíris se fue para nunca regresar.
Noche tras noche se había
convertido en un ambiente oscuro llenando el aire de infinita hostilidad hacia mí,
aquella tan lejana noche parece perdida entre algún lugar de mi memoria, tan
ausente y presente a la vez que casi podía reproducir con exactitud la
intensidad del primer golpe que había azotado mi mejilla, ardía cual fuego vivo,
quemaba, pero a la vez no sabía distinguir cual era el peor dolor, el físico o
el de la humillación. Más y más golpes siguieron al primero haciéndome ver que así
pasaría el resto de mi vida, que no había escape porque realmente no lo había.
Dormíamos en la misma cama, las sabanas siempre estaban manchadas de sangre que
se escapaba de lo más profundo de mí ser,
llegué al punto sin retorno donde cada día era una pesadilla, cerraba
los ojos y fingía que todo estaba bien, respiraba con la poca fuerza vital que
todavía creía tener dentro mío. Golpe tras golpe sólo hacía que me sienta menos
humana y casi ya dudaba de mi existencia. Vivía con miedo de dar un pequeño paso en
falso y desatar la catástrofe, la enorme tormenta que sólo parecía estar arriba
mío. Caminaba despacio, cuidaba mi andar, no lo miraba a los ojos. Dejaba que
me golpee pensando que me lo merecía, que todo era mi culpa. Cada vez dolía
menos y pensé que el fin estaba cerca. Pero no lo estaba, no para mí. Un día de
lluvia junté todas mis partes que él había deshecho y me fui. Ese día me di
cuenta que para cada noche oscura existe un día esperando para brillar.
A veces no puedes
decirles a otros como te sientes, no porque no confíes, o temes que algo malo
suceda, sino porque no encuentras las palabras que describan tu estado de
ánimo. Sin embargo sabes que todo ha terminado cuando prefieres mil veces los
recuerdos sobre el presente. Sabes que todo termina cuando cada herida se
vuelve una cicatriz, dejando en tu piel marcas que sólo sirven para contar
anécdotas de historias pasadas que sólo son eso, historias.
Las rupturas son así,
sientes que el mundo se derrumba en mil pedazos, es una metáfora trillada pero
muchas veces cierta, algo en tu interior se rompe y la torre conformada por
recuerdos y momentos especiales comienza a apagarse hasta que se desvanece.