Frida

Frida
Viva la vida

lunes, 7 de diciembre de 2015

Historia de un lobo feroz.

Era una tarde aburrida, decidí recostarme a la sombra de un sauce añoso. Hacía calor y no tenía nada que hacer, digamos que ser el lobo feroz no implica mucho trabajo, solo verse intimidante y punto.
 Tenía mi mazo de cartas en la mano por si pasaba algún animalito tonto para reírme un momento de su torpeza. Me puse a pensar en Caperucita Roja, la niña que robaba mis suspiros cuando salía a cortar flores por las tardes. Era una joven adorable cuando caminaba, solo quisiera que no me tuviese tanto miedo, no soy tan feroz como todos piensan, me asusto fácilmente y hasta soy vegetariano. Esa misma tarde la vi pasar, el corazón se me detuvo unos instantes y solo pensé en cómo llamar su atención, vi el mazo de cartas que tenía aun en mis manos y se me encendió la lamparita. Fui corriendo hasta ella y le dije si quería jugar a algo. Me respondió que sí, asustada y todo, tan buena ella. Jugamos a las cartas un buen rato. Luego me dijo que se hacía tarde para ir a casa de su abuela, yo no quería que se vaya, así que rápidamente invente algo. Le pregunte si le gustaría que hiciéramos una carrera, que yo iría por el camino más largo y ella por el más corto y que el perdedor tendría que regalarle algo al otro, engañándola. Ella acepto, desde luego. Corrí con todas mis fuerzas hasta llegar a casa de su abuela,  para así poder impresionarla.
Mi mala fuerte fue tal que al llegar a casa de su abuela, abrí muy fuerte la puerta, la golpee y ella cayo desmayada. La reacción al despertarse y ver un lobo feroz en su casa no sería la mejor, así que con cuidado la encerré en el ropero, me puse sus anteojos, su gorro y me recosté en su cama. Justo ahí llego Caperucita, se acercó a mí y me miro con cuidado, luego me dijo:
⁻ ¡Abuelita que ojos tan grandes tienes! 
⁻Son para verte mejor⁻ le dije tratando de afinar mi voz.
⁻Abuelita que orejas tan grandes tienes⁻ insistió ella.
⁻Son para escucharte mejor mi ángel.
⁻Abuela que dientes tan grandes tienes.
⁻Son para comerte mejor ⁻ dije ya sin ideas sobre que decir.
⁻ ¿Qué cosas dices abuela?
Entonces la vieja, que ya estaba despertando salió del armario y me acuso de lo que le había hecho. Me sacaron los anteojos, las ropas de la abuela y Caperucita dijo que nunca más volvería a hablarme, eso me rompió el corazón. Y así volví a mi sauce me acosté y tome una siesta.

Pero la abuela aun no conforme con esto, mando al guardabosques para decirme que me vaya, y eso hice. Me fui para ya no causar más problemas.