Amo caminar por los caminos de tierra, tierra con una erre
como solo nosotros sabemos pronunciarla, esa erre que nos hace lo que somos. Me
gustaba caminar por los montes en busca de aventuras y mientras iba por ahí,
sacaba espinas de los vinales y escribía mi nombre. Me sentaba entre medios los
sembrados e inventaba poemas acerca de los árboles y las espinas. Pero no al
estilo campestre como uno se imagina al decir que es del interior o del campo,
esta trillado hablar del rancho y de la añoranza, no por ser de Santiago solo
vamos a hablar de siesta, mates y empanadas.
Cuando mi infancia estaba en su punto exacto de desarrollo
me gustaba mirar los aviones y saludar a ellos con ambas manos. Los aviones
eran lo que más abundaban en nuestro cielo, a veces aún más que nubes o en las
noches su cantidad era mayor a las estrellas. Creo que amaba los aviones porque
me hacían sentir que nuestro pueblo no era tan insignificante y que también
podían suceder buenas cosas ahí.
Mi madre me dijo una
vez que el cielo es igual en todo el mundo y me gustaba pensar que cualquier
otra persona en otra parte estaba mirando lo mismo que yo. Crecí en un pequeño
pueblo a más de cien kilómetros de la capital de la provincia, no estábamos aislados
de todo, solo lejos y no tomados en cuenta. Las pequeñas poblaciones solo éramos
eso. Gente del interior, nada más.
Había un misterio detrás de todos esos aviones que
inundaban mi cielo nocturno. Todas las noches me sentaba a ver las estrellas, y
sabia, porque mi padre me había dicho, que las luces verdes y rojas que se
movían, no eran estrellas. Hubo un tiempo que no podía pensar en otra cosa que
no sea eso. Una siesta, que es cuando se supone que no se debe salir, pues el
diablo ronda nuestras casas, Salí al camino de mala gana caminando con mi
libreta en mano y ganas de aventuras. Mi pretensión llego demasiado lejos esa
vez. Camine y camine sin rumbo, hasta darme cuenta que había traspasado mis
limites cuando uno o dos kilómetros atrás el alambrado había terminado. Era un
lugar al que mis padres me habían prohibido acercarme, nunca me habían dicho
porque. Me senté ahí a recuperar energías para poder volver y entonces me
vieron unos señores que cargaban toneladas de paquetitos marrones perfectamente
sellados y apilados, yo solo baje la cabeza e intente pasar desapercibida. Pero
era demasiado tarde, quede inmóvil mientras me subían a su camioneta sabiendo
que moriría. Bajamos y me sentaron para interrogarme, estaban demasiado
preocupados de lo que había visto, pero yo no sabía nada concreto aun. Me
dejaron ir, pero en ese tiempo que pasamos ahí me había dado cuenta de todo, y
deseaba no haberlo hecho pues era un secreto que tendría que llevarme a la
tumba o vendrían por mi o mi familia. Me cerraba todo, éramos el muelle de descarga
en el rubro, me sentí tan decepcionada, por eso los jóvenes comenzaban los
malos caminos y por eso las chicas dejaban de estudiar y se casaban con hombres
viejos y con plata. En el pueblo nadie ni siquiera lo sospechaba, todos decían
que vivíamos en armonía y que nuestra pequeña sociedad aún se mantenía pura,
pero es por eso somos las más vulnerables uno de esos pueblos al paso esos que
ves cuando vas de viaje a ciudades importantes y dicen “Mira que lindas y
pintorescas con animales y campos”. Son esas las que esconden más oscuros
secretos, no solo en él, sino también en su cielo.
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